jueves, 4 de abril de 2013

La envidia (I de II)

La envidia, sin duda, es uno de los sentimientos más satanizados por el ser humano, y como suele suceder, las cuestiones más castigadas socialmente, resultan ser las de mayor arraigo en la naturaleza humana.
La envidia podría definirse como un sentimiento de malestar ante las virtudes o condiciones favorables de alguien más. En las caricaturas, cuentos de hadas y telenovelas es mostrada recurrentemente: el villano siente envidia por las características del héroe (o la bruja de la princesa). En un principio, intenta igualarle, pero cuando fracasa, busca eliminarlo siendo finalmente él quien muere[1].

Pero al contrario de como nos lo muestran estas historias, la verdad es que la envidia no es sólo una condición de los “malos”, sino que más bien es una constante del repertorio emocional  humano; y una vez más, para intentar clarificar esto, recurriremos a lo que nos muestran los niños:
 En una ocasión pude observar a un niño de tres años imitando los pasos de un hombre adulto sin que éste último lo notara. Caminaba por donde él y hacía lo que él. El adulto se agachó para cerrar la llave de un pequeño tanque de gas, y el niño, después de él, se acercó al mismo tanque e hizo un movimiento calcado del que observó, cerró la llave del tanque aunque ésta ya estaba cerrada.

Por qué imita el niño al adulto, por qué el niño se calza los zapatos de papá y la niña se decora con el maquillaje de mamá, por qué se autonombra como su personaje de caricatura favorito. Es simple, lo hace por admiración, porque admira las virtudes de un ideal. Pero, por qué no le basta con admirarlo y requiere imitar a ese ideal; es simple también, lo hace por envidia. Roba características e identidades que él no posee, las quiere para sí y las roba sin el menor empacho.
De esto podemos deducir que la admiración y la envidia son inseparables. No se puede envidiar algo que no es admirado, deseado. De ahí que la envidia sea frecuentemente despertada por personas cercanas y queridas. El niño envidia de manera explícita, y nos muestra cuál es nuestra naturaleza. El adulto, en contraste, niega tajantemente la envidia que se despierta en él naturalmente, y hasta sublima esta pulsión destructiva inventando ingenuidades como la idea de la “envidia de la buena”, o proyectando cuando afirma “los demás me tienen envidia”.
Continuamos el próximo jueves.

Psic. Juan José Ricárdez.





[1] Existe un capítulo de Los Simpson en donde un trabajador, con mucha mejor preparación que Homero, le envidia a éste todo lo que tiene: empleo, casa y familia. Al final del capítulo este trabajador muere.

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